NUESTRA AMERICA
José Martí. Nuestra América, Publicado en La Revista Ilustrada de
Nueva York, Estados Unidos, el 10 de enero de 1891, y en El Partido Liberal,
México, el 30 de enero de 1891.
Lo que quede de aldea en América
ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la
cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de
Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas
valen más que trincheras de piedra.
Los pueblos que no se conocen han
de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que se
enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra,
o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de
modo que sean una las dos manos. Si no quieren que les llame el pueblo
ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano. Las deudas del honor no las cobra
el honrado en dinero, a tanto por la bofetada.
¡Estos hijos de carpintero, que se
avergüenzan de que su padre sea carpintero! ¡Estos nacidos en América, que se
avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y
reniegan, ¡bribones!, de la madre enferma, y la dejan sola en el lecho de las
enfermedades! Pues, ¿quién es el hombre?, ¿el que se queda con la madre, a
curarle la enfermedad, o el que la pone a trabajar donde no la vean, y vive de
su sustento en las tierras podridas, con el gusano de corbata, maldiciendo del
seno que lo cargó, paseando el letrero de traidor en la espalda de la casaca de
papel? ¡Estos hijos de nuestra América, que ha de salvarse con sus indios, y va
de menos a más; estos desertores que piden fusil en los ejércitos de la América
del Norte, que ahoga en sangre a sus indios, y va de más a menos! ¡Estos
delicados, que son hombres y no quieren hacer el trabajo de hombres!
Ni ¿en qué patria puede tener un hombre
más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre
las masas mudas de indios? El hombre natural es bueno, y acata y premia la
inteligencia superior, mientras ésta no se vale de su sumisión para dañarle, o
le ofende prescindiendo de él, que es cosa que no perdona el hombre natural,
dispuesto a recobrar por la fuerza el respeto de quien le hiere o le perjudica
el interés.
La colonia continuó viviendo en la
república; y nuestra América se está salvando de sus grandes yerros -de la
soberbia de las ciudades capitales, del triunfo ciego de los campesinos
desdeñados, de la importación excesiva de las ideas y fórmulas ajenas, del
desdén inicuo e impolítico de la raza aborigen- por la virtud superior, abonada
con sangre necesaria, de la república que lucha contra la colonia.
No hay odio de razas, porque no hay
razas. Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y
recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el observador cordial
buscan en vano en la justicia de la naturaleza, donde resalta, en el amor
victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre.
Gaby Guamán